Maldita histeria


El presente del fútbol argentino se encuentra envuelto en una suerte de histeria, la cual deviene de una realidad social compleja que nos atraviesa de lleno como sociedad.  

No pretendemos caer en un análisis sociológico que involucre aspectos psicológicos, culturales, sociales ni mucho menos, sino más bien poner a la luz algunas cuestiones que tocan de fondo la estructura en la cual se asienta la actualidad del fútbol argentino.

Varias son las causas y los actores que participan en este enrollo. Los medios, el periodismo amarillista que tiene que vender sin importar el precio. La gente que consume esos medios y utiliza al fútbol como descarga emocional de problemas externos al mismo. Violencia y delincuencia atravesada por el negocio. La falta de seriedad y compromiso en la conducción dirigencial sumado a un fútbol sudamericano supeditado al calendario y mercado europeo. Empresarios, políticos, barras bravas, policía, dirigentes, etc.

Valores y códigos distorsionados ante la falta de ética y moral, donde reina el individualismo por sobre lo colectivo, donde se impone una esquizofrenia tal que se pasa de héroe a culpable de un plumazo, así sin más.

Quizás sea un grito a oídos sordos. Pareciera que todo da lo mismo, que todos somos iguales, se olvidan que detrás del jugador hay una persona, y por lo tanto cada una es diferente al resto. El trato no debe ser estrictamente igual para todos. Hay un marco general de respeto y conducta, pero existen los matices y hay que saber adaptarse a las diversas personalidades y problemáticas que aquejan a cualquier jugador. No es lo mismo un pibe que recién comienza y está dando sus primeros pasos que un jugador ya más experimentado con una cierta trayectoria. Como tampoco lo es un jugador consagrado con la gente y su club que uno cualquiera.

El objetivo sigue siendo el mismo, sacar lo mejor de cada jugador para lograr el funcionamiento deseado y con ello los logros colectivos. Sí, colectivos.

Paremos con el frenetismo insostenible que tanto daño le hace a este hermoso deporte. Paremos la pelota y comencemos de nuevo. La AFA endeudada, los clubes quebrados, son claros ejemplos de lo bajo que se puede caer si no terminamos con este circo donde unos pocos se llenan los bolsillos.

La selección Argentina, víctima de todo este desorden y mal manejo institucional a lo largo del tiempo, está marcada por esta paradoja. Si bien ha llegado a las finales de toda competición que disputó (léase Mundial 2014 y las dos últimas Copas Américas), ha sido fuertemente fustigada por la prensa y gran parte del hincha común.

El exitismo es un mal endémico que envuelve a nuestro fútbol. Sólo vale ser primero. Si salís segundo no sos nada, bah mejor dicho, sos “cebollita”, el “primer perdedor”. Se mide el resultado final y se olvidan del proceso. Curioso fenómeno que no sucede en otros deportes.

El “próximo Messi”, el “sucesor de Maradona”, el “heredero de Riquelme”, todos motes proporcionados por el “periodismo deportivo” que hace de esto su especialidad a la hora de colocar más peso a las mochilas ya cargadas de los jóvenes talentos que asoman en las primeras ligas. Las comparaciones son delicadas y en muchas ocasiones se utilizan sin el debido cuidado cayendo en afirmaciones carentes de argumentos sólidos.

El hincha también juega su papel, claro está, más que nada en la poca paciencia y a siempre buscar un culpable o alguien con quien descargar, curiosamente siempre se elige al habilidoso que por x razón no tuvo un buen partido o es víctima del mal funcionamiento del equipo, y no al simple jugador que lo único que hace es correr y meter.

El caso de Federico Mancuello en su estadía en Independiente nos permite destacar este fenómeno de cambio cuasi ciclotímico en tanto pasaje de blanco de insultos a jugador mimado. O quizás el caso más emblemático sea el de Juan Román Riquelme, que a pesar de su enorme talento y jerarquía de ídolo máximo, siempre fue bastardeado por la “prensa especializada”.

Volviendo al tiempo presente, podemos mencionar ejemplos como el de Cristian Pavón o el Pity Martínez, ambos con similares realidades en sus respectivos equipos, si los comparamos con la temporada anterior.

El último caso que no puedo pasar por alto, es el del uruguayo Rodrigo Bentancur, actual jugador de la Juventus y figura del seleccionado sub-20, que en su paso por Boca Juniors fue un jugador resistido por el hincha y la prensa, objeto de numerosas (y a mi entender desmedidas) críticas. El cual posee un enorme potencial y grandes cualidades que de a poco irá puliendo. No por nada, la revista italiana La Gazzetta dello Sport lo distinguió entre los 50 mejores futbolistas sub-20 del mundo en 2016, y este año el diario italiano Tuttosport hace lo mismo colocándolo en los 50 mejores sub-21 para el premio Golden Boy.

Todo depende del contexto y del funcionamiento colectivo en que se insertan, además de su juventud (aspecto que pocos toman en cuenta a la hora de evaluarlos).   

Tiempos tiranos estos en que nos toca vivir, en donde no importa el cómo sino sólo el resultado, creando héroes y construyendo pseudoídolos cuando las cosas van bien, y buscando culpables en la adversidad para no asumir la culpa propia. De los errores se aprende dice el dicho, en buena hora empezar por corregirlos.  


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